El arte, con mayúscula o minúscula, lo amemos o lo odiemos, es parte de nuestra condición de humanos. No es una mala manera, para mí, de diferenciarnos de los bichos, pero hay a quien le sobra o incluso le molesta.
No hay que hacer un Máster en Historia del Arte (así, con mayúsculas) para darse cuenta, si uno mira hacia atrás siglos y siglos que somos capaces de reconocer diferentes formas de creación artística. Por necesidad o pasión, creamos arte. Porque un dibujo esquemático en una pared de una caverna, un retablo medieval o gotarrones de pintura sobre un lienzo hablan sobre lo que nos rodea y sobre lo que nos pasa. Sí, el arte es necesario.
El arte, con minúscula o mayúscula, es un medio riquísimo para explorar emociones. Desde el arteterapia exploramos cómo hacer hablar a las obras que se han creado en las sesiones. Pero no solo haciendo arte estamos poniendo ante nuestros ojos lo que tenemos dentro, viendo una obra de arte de otra persona podemos, si estamos dispuestos a ello, sentir lo que su creador necesitaba contarnos.

Goya. “Perro semi hundido”, 1820-23.
Esta obra, que Goya pintó en una pared de su propia casa, seguramente no estaba pensada para ser compartida, al contrario de la mayor parte de su obra anterior. Hay muchas teorías sobre ella, se la ha pensado y destripado con tecnología y podemos conocer cada pincelada pero ¿por qué la pintó Goya? No lo sabemos a ciencia cierta pero lo grandioso de esta obra, que solo necesita dos franjas de color y una mancha marrón para ser una obra de Arte, es que nos hace pensar. Tenemos que tratar de salir de nuestra manera habitual de mirar, y aceptar que nos faltan datos, que no sabemos más que ella y que para acercarnos a ella debemos dejar que nos guíe y escucharla por encima de todo. Hacerlo desde lo emocional, olvidarse de los ojos y de la cabeza porque no nos bastan y mirar desde un poco más adentro.
Esta es una de las lecciones que me ha enseñado el arte como madre – ante un niño, a veces conviene olvidar que tenemos más criterio, que sabemos más que ellos sobre el mundo y escuchar lo que nos está queriendo decir. Y esto requiere, a mi parecer, dos cosas de las que no siempre disponemos: tiempo y humildad.
Probad mostrarle esta imagen a un niño y compartid con él lo que os ha llegado. Jugad a mirarlo con otros ojos, a hacer hablar al protagonista, a pensar en cómo será la persona que lo ha hecho o si creen que lo puede haber pintado un niño.
Mostrarle a un niño que no lo sabes todo, que a veces también fallas, puede hacerse desde este espacio de juego que se crea cuando compartes la mirada sobre una obra de arte, con mayúsculas o minúsculas.